viernes, 30 de mayo de 2008

el beso

La reina de un remoto país del norte, despechada porque Alejandro el Magno había rechazado su amor, decidió vengarse. Con uno de sus esclavos tuvo una hija y la alimentó con veneno. La niña creció, hermosa y letal. Sus labios reservaban la muerte al que los besara. La reina se la envió a Alejandro, como esposa; y Alejandro, al verla, enloqueció de deseos y quiso besarla inmediatamente. Pero Aristóteles, su maestro de filosofía, sospechó que la muchacha era un deletéreo alimento y, para estar seguro, hizo que un malhechor condenado a muerte la besara. Apenas la besó, el malhechor murió retorciéndose de dolor. Alejandro no quiso poner sus labios en la muchacha, no porque estuviera llena de veneno, sino porque otro hombre había bebido de esa copa.

Enrique Anderson-Imbert

sábado, 17 de mayo de 2008

ATADURAS

Angustiado, el discípulo acudió a su instructor espiritual y le preguntó:
-¿Cómo puedo liberarme, maestro?
El instructor contestó:
-Amigo mío, ¿y quién te ata?

tranvia

Por fin. La desconocida subía siempre en aquella parada. "Amplia sonrisa, caderas anchas... una madre excelente para mis hijos", pensó.
La saludó; ella respondió y retomó su lectura: culta, moderna.
Él se puso de mal humor: era muy conservador.

¿Por qué respondía a su saludo? Ni siquiera lo conocía.
Dudó. Ella bajó.
Se sintió divorciado: "¿Y los niños, con quién van a quedarse?"


ANDREA BOCCONI

el sueño del rey

-Ahora está soñando. ¿Con quién sueña? ¿Lo sabes?
-Nadie lo sabe.
Sueña contigo. Y si dejara de soñar, ¿qué sería de ti?
-No lo sé.
-Desaparecerías. Eres una figura de su sueño.


Si se despertara ese Rey te apagarías como una vela.
Lewis Carrol

niño

Yo ejercía entonces la medicina en Humahuaca.
Una tarde me trajeron a un niño descalabrado; se había caído por el precipicio de un cerro. Cuando para revisarlo le quité el poncho vi dos alas. Las examiné: estaban sanas. Apenas el niño pudo hablar le pregunté
-¿Por qué no volaste, m’hijo, al sentirte caer?
-¿Volar? –me dijo- ¿Volar, para que la gente se ría de mí?

Enrique Anderson-Imbert

viernes, 16 de mayo de 2008

blancanieves

-Júrenos que si despierta, no se la va a llevar –pedía de rodillas uno de los enanitos al príncipe, mientras este contemplaba el hermoso cuerpo en el sarcófago de cristal-. Mire que, desde que se durmió, no tenemos quien nos lave la ropa, nos la planche, nos limpie la casa y nos cocine.
Armando José Sequera

metamorfosis

Subió en el mismo tren que yo, y se sentó exactamente enfrente de mí, fue cuando me percaté de algo muy extraño: El rostro de esa chica se iba transformando, sus ojos se hacían cada vez más grandes, el color de su piel cambiaba, sus pestañas crecían, su nariz se afilaba, su cabello en un instante se hizo más largo, me asusté realmente y dejé de mirarla, pero había algo en ella que me obligaba a observarla, al bajar del tren creció inmensamente y ya era más alta que yo…. Lo que hace el maquillaje y un cambio de zapatos, ¿no?...
Andrés Campos

DALÏ

Vivir apasionadamente cada gota de genial locura...

jueves, 8 de mayo de 2008

diplomacia

Y entonces el primer curso de diplomacia fue inaugurado cuando Judas, con discreto beso en la mejilla, comerció al maestro.
Óscar Palacios

miércoles, 7 de mayo de 2008

licantropia

Lo amaba, a pesar de su licantropía, hasta que en una noche de luna llena, el muy imbécil se largó con la perra huskie de mi vecino.
Andrés Campos

lunes, 5 de mayo de 2008

EL ARBOL DE LILAS



UNO
Él se sentó a esperar bajo la sombra de un árbol florecido de lilas.
Pasó un señor rico y le preguntó: ¿Qué hace sentado bajo este árbol, en vez de trabajar y hacer dinero?
Y el hombre le contestó: Espero.
Pasó una mujer hermosa y le preguntó: ¿Qué hace sentado bajo este árbol, en vez de conquistarme?
Y el hombre le contestó: Espero.
Pasó un niño y le preguntó: ¿Qué hace Usted, señor, sentado bajo este árbol, en vez de jugar?
Y el hombre le contestó: Espero.

Pasó la madre y le preguntó: ¿Qué hace este hijo mío, sentado bajo un árbol, en vez de ser feliz?
Y el hombre le contestó: Espero.


DOS
Ella salió de su casa.
Cruzó la calle, atravesó la plaza y pasó junto al árbol florecido de lilas.
Miró rápidamente al hombre.
Al árbol.
Pero no se detuvo.
Había salido a buscar, y tenía prisa.

El la vio pasar, alejarse, volverse pequeña, desaparecer. Y se quedó mirando el suelo nevado de lilas.

Ella fue por el mundo a buscar. Por el mundo entero.
En el Este había un hombre con las manos de seda.Ella preguntó:
¿Sos el que busco? Lo siento, pero no,
dijo el hombre con las manos de seda. Y se marchó.

En el Norte había un hombre con los ojos de agua.Ella preguntó:
¿Sos el que busco? No lo creo, me voy,
dijo el hombre con los ojos de agua. Y se marchó.

En el Oeste había un hombre con los pies de alas.Ella preguntó:
¿Sos el que busco? Te esperaba hace tiempo, ahora no,
dijo el hombre con los pies de alas. Y se marchó.

En el Sur había un hombre con la voz quebrada.Ella preguntó:
¿Sos el que busco? No, no soy yo,
dijo el hombre con la voz quebrada. Y se marchó.

TRES
Ella siguió por el mundo buscando, por el mundo entero. Una tarde, subiendo una cuesta, encontró a una gitana. La gitana la miró y le dijo:
El que buscas espera, bajo un árbol, en una plaza.

Ella recordó al hombre con los ojos de agua, al que tenía las manos de seda, al de los pies de alas y al que tenía la voz quebrada. Y después se acordó de una plaza, de un árbol que tenía flores lilas, y del hombre que estaba sentado a su sombra.
Entonces se volvió sobre sus pasos, bajó la cuesta, y atravesó el mundo. El mundo entero. Llegó a su pueblo, cruzó la plaza, caminó hasta el árbol y le preguntó al hombre que estaba sentado a su sombra:
¿Qué hacés aquí, sentado bajo este árbol?
Y el hombre dijo con la voz quebrada:
Te espero.
Después él levantó la cabeza y ella vio que tenía los ojos de agua, la acarició y ella supo que tenía las manos de seda, la llevó a volar y ella supo que tenía también los pies de alas.



MARIA TERESA ANDRUETO

viernes, 2 de mayo de 2008

maldición

Violó la cripta a medianoche. Halló su propio cadáver en el sarcófago.

José Emilio Pacheco

los fantasmas y yo


Siempre estuve acosado por el temor a los fantasmas, hasta que distraídamente pasé de una habitación a otra sin utilizar los medios comunes.

René Avilés Fabila