sábado, 17 de mayo de 2008

niño

Yo ejercía entonces la medicina en Humahuaca.
Una tarde me trajeron a un niño descalabrado; se había caído por el precipicio de un cerro. Cuando para revisarlo le quité el poncho vi dos alas. Las examiné: estaban sanas. Apenas el niño pudo hablar le pregunté
-¿Por qué no volaste, m’hijo, al sentirte caer?
-¿Volar? –me dijo- ¿Volar, para que la gente se ría de mí?

Enrique Anderson-Imbert